Lo que pasa cuando quieres empezar algo nuevo y no puedes
Hay una cosa —solo una— que quieres empezar a hacer, pero algo sucede cada vez que lo intentas.
Te enfermas, sale un plan, te indispones, te distraes, te estresa el desorden y terminas ordenando.
Hace frío, llueve o hace demasiado calor y te agobias.
A veces hasta prefieres organizar cajones antes que enfrentarte a ese miedo a lo nuevo, a esa incertidumbre, a la sensación de que no vas a ser capaz.
Es más fácil mantener eso que deseas como una expectativa futura, como un ideal lejano.
Porque, en el fondo, sabes que cuando eso que tanto deseas llegue… la persona que eres ahora va a diluirse para convertirse en una nueva.
Ese temor profundo —en lo más inconsciente de tu ser— quiere defender tu identidad.
Tu mente se impone para mantenerte en un lugar seguro: sin riesgos, sin cambio, sin crisis.
La voz interior que te sabotea
En tu cabeza vive el fiscal más implacable. Uno que trabaja por encerrar tus mayores aspiraciones.
Se vuelve tu némesis… no por maldad, sino por sobreprotección.
¿Qué pasa si no funciona?
¿Qué pasa si me equivoco?
¿Y si ese no es el camino y me esfuerzo demasiado para nada?
¿Y si a nadie le gusta? ¿Si nadie me compra?
¡Qué pena con la gente! ¿Y si me señalan, si me juzgan?
Y si voy por lo nuevo, tal vez también tenga que soltar algo viejo… y no quiero soltarlo.
No quiero sentir incomodidad. No sé por dónde empezar.
¿Cuánto tiempo va a tomar esto? ¿No será muy tarde ya?
Sí quiero hacerlo, ya lo tengo todo planeado, todo está listo para empezar…
Pero, ¿y si no es suficiente?
¿Cómo voy a lanzarme si no me he preparado?
Tal vez tengo que esperar al lunes. O al primero de enero.
O a que sea luna creciente.
O a que Júpiter esté en Cáncer.
Estoy esperando sentirme completamente segura y lista.
Con los mejores tenis, la mejor cámara, el mejor logo.
Esperar al hombre indicado.
A tener la cantidad exacta de dinero en el banco.
Y el paso a paso perfecto, para no correr el riesgo de embarrarla.
La fuente infinita de excusas es muy prolífica.
Pero la verdad es que el momento de certeza total nunca llega.
Lo que no comenzamos, muchas veces, es lo que más anhelamos.
Pero suele estar oculto tras capas de miedo, autoexigencia y necesidad de aprobación.
La vida que más duele… es la que no has vivido.
Y mientras la atención está ocupada en lo urgente del día a día,
el tiempo va desgastando lo valioso, lo importante, lo trascendente.
Va sepultando, poco a poco, el sentido de ser.
El deseo real y las preguntas que lo revelan
Ahora que entiendes el lugar en el que estás, ¿cómo puedes empezar?
No hay una única forma correcta. La idea es descubrir la tuya, sin compararte ni forzarte.
Primero, puedes observar si eso que no has podido comenzar… es algo que realmente deseas.
Si quieres empezar algo, tal vez también deseas sostenerlo en el tiempo, o completarlo algún día.
Imagina el resultado.
¿De dónde viene ese deseo?
¿Por qué quieres lograrlo?
¿Qué le aporta a tu vida?
¿Quién —o quiénes— se verían realmente beneficiados con eso?
Si esa aspiración solo te beneficiara a ti, ¿seguirías queriendo lo mismo?
Y si no existieran tus padres, tu familia, tus amigos, las redes sociales…
si estuvieras completamente en soledad, ¿seguirías deseando lo mismo?
Ahora imagina lo contrario:
Si ese deseo no te beneficiara en lo más mínimo, y solo fuera útil para otra persona,
para una comunidad o para el mundo, ¿seguirías deseándolo?
¿Cuál es tu motivación más profunda?
El proceso como destino
Y después de todo eso, imagina el proceso.
No el logro final. El proceso. La siembra. El camino. El trabajo. El esfuerzo. La constancia.
Piensa si estás dispuesto a recorrer ese camino día tras día.
¿Puedes imaginarte disfrutándolo, incluso cuando sea incómodo?
Si no es así, tal vez haya que replantear la meta.
Porque el proceso… lo es todo.
Una vez tienes claridad sobre lo que deseas, es importante recordar algo esencial:
Así como tu rostro es único en el universo, también lo es tu forma de aportar a tu vida,
a tu entorno, al mundo… y a lo divino.
Eres un ser perfecto en tu imperfección.
Por eso, tus creaciones también serán perfectas en su propia imperfección.
Con cualquier camino que tomes, corres el riesgo de tener éxito… y también de fracasar.
Lo único seguro es que vas a aprender, a crecer y a ser.
El miedo, la culpa o la vergüenza pueden convertirse en tu mayor bloqueo, o en tu mayor impulso.
Alguno de estos sentimientos seguramente estará presente, y será necesario observarlo, aceptarlo y darle un lugar.
Cuando no se miran desde la raíz, suelen aparecer de otras formas:
cansancio crónico, apatía, pérdida de sentido, necesidad de validación constante… o incluso enfermedades.
En cualquier camino que elijas, recuerda que no estás sola, ni solo.
Apoyarte en la divinidad —en la guía de un ser superior— puede darte una vitalidad y una fuerza
que sobrepasa tus momentos más oscuros.
Para cualquier propósito, necesitas un cuerpo disponible.
Alimento, hidratación, movimiento y descanso son esenciales para que tu energía esté disponible.
Y no lo olvides: El tiempo es solo un vehículo para transportar los sueños.
No permitas que se vuelva una fuente de angustia.
La vida existe para ser vivida, no para ser lograda.
Cuatro caminos posibles para empezar
Seguro crearás el tuyo propio. Solo te muestro algunas posibilidades
El camino del fuego

Este es el camino de la acción impulsiva, del salto sin red.
Consiste en empezar rápido, probar, equivocarte, ajustar y volver a intentar.
Su mantra podría ser: “mejor hecho que perfecto”.
Te invita a experimentar y fallar tantas veces como sea necesario,
con la condición de que cada error traiga un nuevo aprendizaje.
Lo importante es no repetir el mismo error dos veces.
“No esperes a tener confianza para actuar. Actúa y la confianza llegará.”
— Marie Forleo
Quieres empezar a hacer videos, pero te da pena.
→ Abres TikTok, grabas uno sin pensarlo mucho, lo subes sin editar.
Sientes nervios, pero también alivio: ya rompiste la barrera.
Si alguien lo ve o comenta algo positivo, te impulsa a seguir.
Y si no pasa nada, no importa: revisas qué aprendiste, te sueltas un poco más y al día siguiente lo vuelves a intentar.
Lo importante es que estás ejecutando.
Tienes una idea de negocio.
→ Diseñas un prototipo rápido: una imagen, una historia, una oferta de prueba.
La compartes sin perfeccionismo y observas si genera interés.
Así aprendes más en una semana que en seis meses de planeación.
¿Recuerdas la primera versión de Mercado Libre?
Era básica, con usabilidad limitada. Pero funcionaba. Estaba viva.
Permitía que la gente comprara y vendiera. Y eso fue suficiente para empezar.
Luego vinieron las mejoras, el diseño, la expansión…
pero todo comenzó con una versión que hoy parecería incompleta.
Así se empieza con fuego.
El camino de la tierra

Este camino es más lento, sólido y amable.
Funciona mejor cuando lo que buscas es consistencia más que velocidad.
Consiste en integrar ese nuevo inicio a tu rutina, aunque sea con solo 5 minutos al día.
El día que no lo haces, es un día en el que te fallas a ti.
Pero también es un día para volver a empezar sin culpas.
Este camino honra los procesos graduales.
Puedes aumentar el tiempo o la complejidad semana a semana, con suavidad.
También requiere atención al cuerpo:
una alimentación que te nutra, descanso real, y energía disponible.
Porque nada crece bien si la tierra está descuidada.
“La constancia vale más que la intensidad.”
— James Clear
Quieres hacer yoga, pero siempre gana la pereza.
→ Eliges una sola postura de estiramiento, y la haces todos los días al levantarte.
Cuando ya sea parte de tu cuerpo, agregas otra. Una semana a la ve
Avanzas lento, pero avanzas firme.
Quieres escribir un libro, pero te dices que no tienes tiempo.
→ Te comprometes a escribir solo 5 minutos diarios, justo después del desayuno.
No importa si sale una línea o una página: lo importante es el acto de cumplirte
¿Conoces la historia de Héctor Abad Faciolince?
Su obra más reconocida, El olvido que seremos, no surgió de un impulso repentino.
Fue el resultado de años de escritura, reescritura y reflexión profunda.
Como un jardinero que riega su huerto cada mañana, Abad fue cultivando sus palabras con disciplina, dolor y amor.
Constancia, más que intensidad. Esa es la tierra que da fruto.
El camino del aire

Este es el camino del pensamiento, la planeación, el aprendizaje y la conversación.
Comienza con la imaginación: visualiza sin límites lo que quieres lograr.
Después viene la estructura: escribir ideas, hacer listas, tomar notas, investigar, consultar expertos.
Aquí la clave es no quedarse solo en las ideas.
Este camino necesita acción práctica, aunque sea mínima, para integrar lo que se aprende.
También es el camino de hacerlo en comunidad: cursos, mentorías, grupos, red de apoyo.
“La mente que se abre a una nueva idea jamás vuelve a su tamaño original.”
— Albert Einstein
Quieres cambiar de carrera, pero no sabes si es posible o si es demasiado tarde.
→ Empiezas por escribir lo que ya no te llena de tu trabajo actual, y lo que sí te gustaría experimentar.
Haces una lista con tus habilidades, intereses y sueños postergados
Buscas perfiles de personas que hayan hecho un cambio similar.
Te conectas con alguien en LinkedIn o escribes a una conocida que ya hizo esa transición,
para preguntarle cómo fue el proceso.
Luego investigas opciones de formación: cursos, diplomados, certificaciones.
Evalúas si puedes combinarlo con tu trabajo actual o si necesitas hacer un plan financiero para cambiar más adelante.
Hablas de esto con alguien de confianza. Lo nombras. Lo socializas.
Y cada paso que descubres lo anotas y lo pones en orden.
No te lanzas al vacío. Primero clarificas, comprendes, conectas.
Ese es el camino del aire: cambiar de vida, empezando por cambiar la forma en que lo piensas.
¿Sabías que Steve Jobs se retiró a la India antes de fundar Apple?
Tenía 19 años y no buscaba una idea de negocio, sino claridad.
Durante ese tiempo, observó, leyó, tomó notas y se hizo grandes preguntas
Quería entender qué lo movía, cómo vivir con propósito y qué quería aportar al mundo.
De ese espacio de pensamiento profundo y conversación interna surgió una visión más amplia, una mente entrenada para conectar ideas que luego se transformarían en innovación.
Tú no necesitas ir a la India para abrir un nuevo ciclo.
Pero sí puedes darte un espacio para imaginar sin juicio, escribir lo que sueñas,
investigar y hablar con personas que ya recorrieron el camino que tú apenas estás por empezar.
El aire necesita movimiento mental y conexión con otros.
Te pide dibujar un mapa antes de empezar a caminar.
Ese es el camino del aire: imaginar antes de construir, conectar ideas antes de actuar, rodearte bien antes de lanzarte.
El camino del agua

Este camino es cíclico, emocional y profundo.
Empieza con el autoconocimiento, la escucha del cuerpo y la intuición.
No busca forzarte, sino acompañarte a reconocer tus picos de energía y adaptarte a ellos.
Aquí se prioriza la sensibilidad, el silencio, el ritual y la conexión espiritual.
Es ideal para quienes necesitan darle sentido interno a lo que hacen, más allá del resultado externo.
Este camino también te ayuda a entender por qué no has empezado.
Permite reconocer el bloqueo y darle un lugar sin juicio.
“Nada en la naturaleza florece todo el año.”
Quieres cambiar de ciudad o mudarte a un lugar que te inspire más, pero no te decides.
→ En lugar de tomar una decisión impulsiva, empiezas por imaginar:
¿Cómo te gustaría sentirte en tu día a día?
¿Qué tipo de luz, espacio o paisaje necesitas para vivir mejor?
Te das un tiempo para mirar opciones sin presión.
Guardas imágenes, sueñas despierta.
No haces listas de pro y contra: solo registras lo que te mueve por dentro.
Empiezas a prestar atención a cómo reacciona tu cuerpo cuando visitas ciertos lugares o hablas del tema con alguien.
Un día te das cuenta de que hay una zona, un clima o un ritmo de vida que te hace bien solo con pensarlo.
No es una decisión lógica, es una sensación de alivio, de expansión.
Entonces, haces un primer gesto: visitar ese lugar, preguntar por arriendos, imaginar tu rutina ahí.
Ese es el camino del agua:
crear el estado interno donde tomar acción se vuelve natural y fluido.
Elizabeth Gilbert no escribió un libro para cambiar su vida. Primero vivió un proceso de transformación profunda,
después de pasar por un divorcio, una depresión y una crisis de sentido que la llevó a empezar desde cero.
No sabía qué quería hacer ni cómo iba a reconstruirse. Solo sabía que necesitaba escucharse.
Decidió hacer una pausa larga: viajar, llorar, meditar, escribir sin intención de publicar.
Pasó meses sola, dándose el permiso de sentir, de parar, de no saber.
Y desde ahí, poco a poco, fue emergiendo una nueva versión de ella misma.
El libro Comer, Rezar, Amar fue el resultado, no el objetivo.
Ese es el camino del agua:
sentir antes que decidir, transformarte antes de construir, escribirte antes de compartirte.
Elige tu propio ritmo
Este mundo premia lo inmediato, lo que brilla, lo que avanza sin pausa y lo que triunfa.
Pero tu cuerpo, tu mente, tu emoción y tu alma tienen su propio ritmo.
Y ese ritmo también es sabio.
Puedes crear tu propio camino, incluso si es una mezcla imperfecta de todos:
los 4 elementos más tu manera única de revelarte ante la vida.
Aunque cada proceso es personal, no tienes que recorrerlo en soledad.
Incluso los caminos más internos —como la tierra o el agua— se nutren del contacto humano:
alguien que te escucha sin juzgar, una voz que te recuerda que puedes seguir, una mano que te impulsa cuando crees que no puedes más.
A veces solo necesitas que alguien te vea intentarlo, que celebre contigo un paso pequeño, o que te recuerde que descansar también es avanzar.
Rodéate bien.
De personas que respeten tus ritmos, que no te presionen ni te distraigan del camino, pero que sí te acompañen mientras lo caminas.
Porque aunque el proceso sea tuyo, la energía de los demás puede convertirse en combustible, espejo, abrazo o inspiración.
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Tu energía para comenzar, tus bloqueos, tus ciclos y tu impulso vital están escritos en tu carta astral.
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